Breve reseña

Historia

Una de las principales dificultades de los historiadores a la hora de estudiar la masonería es la existencia de diversas corrientes masónicas, desde las teístas —que aceptan la existencia de la divinidad— a las laicistas.

Esto ha dado pie a diferentes teorías acerca de su origen, aunque su punto de partida histórico y documentado son los masones que edificaron las catedrales de la Edad Media.

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De Egipto a los templarios

Para la corriente más tradicional, la masonería es una orden iniciática (es decir, que exige participar en unos rituales de iniciación para formar parte de ella) entroncada con las tradiciones mistéricas de la Antigüedad. Esto significa que la masonería provendría de sociedades que hacían participar de un misterio a sus iniciados. Según algunos autores, se remontaría a los primeros maestros constructores de Egipto, cuyas habilidades técnicas estaban revestidas de un carácter mágico y divino. La transmisión de los conocimientos de maestro a alumno por una vía iniciática y secreta habría llegado hasta los constructores de catedrales medievales. Pero estos conocimientos no se habrían limitado a la sabiduría ancestral de Egipto, sino que,como constructores sagrados de los templos de todas las religiones, los miembros de esta orden habrían bebido de los cultos mistéricos de Grecia y el Próximo Oriente.Entre los lazos míticos a los que se remontan algunos autores también se encuentran los gremios de constructores del Imperio  romano, los collegia fabrorum, hermandades de artesanos que aglutinaban los oficios necesarios en todo tipo de construcciones y solían acompañar a las legiones en la colonización de nuevos territorios. La masonería, por tanto, perpetuaría la esencia de todo ese conocimiento creando logias o cofradías de constructores donde únicamente los iniciados podrían acceder a él.

Pero la leyenda que más ha calado en la masonería es la que sitúa los orígenes de la tradición masónica en los tiempos de Salomón, rey de Israel en el siglo X a.C. Hiram Abif, un maestro constructor originario de la ciudad fenicia de Tiro, sería el jefe de obras del Templo que Salomón edificó en Jerusalén. Aunque en la Biblia tan sólo se alude a él como un artesano extranjero, en la leyenda masónica es el máximo responsable de la construcción del Templo. Una noche lo asaltaron tres obreros que querían conocer los secretos de la arquitectura, pero Hiram se negó a revelárselos y lo asesinaron, con lo que se llevó su conocimiento a la tumba.

Para los masones, este suceso ejemplifica el hecho de que el camino que debe recorrer quien entra en la Orden —desde la ignorancia del aprendiz hasta la sabiduría del maestro — exige esfuerzo y perseverancia. Como en el relato bíblico Dios es el Gran Constructor del universo, su Creador, cualquier obra humana ha de contar con cierto grado de conocimiento del supremo arte de la construcción. Algunos estudiosos sustituyen a Hiram Abif por el carpintero sagrado Noé —creador del Arca que desafió el Diluvio— como maestro constructor, e incluso hay quien se remonta al Génesis, con Adán, el primer hombre, como germen de la masonería.

Durante mucho tiempo se sostuvo que los templarios medievales habían aprendido el arte sagrado de la construcción directamente de sabios musulmanes durante su estancia en Tierra Santa en las diferentes cruzadas. Tras la supresión de la orden del Temple por el papa Clemente V en 1312, los templarios se diseminaron por todo el continente, recalando principalmente en Escocia, donde habrían creado la masonería como forma discreta de supervivencia de la orden disuelta.

Esta hipótesis se sustentó en el carácter  iniciático del Temple —pues sus miembros pasaban por un ritual de iniciación— y del sufismo islámico, cuyas cofradías siguen las enseñanzas místicas de diferentes maestros, y cuyos secretos y ritos pudieron haber pasado a formar parte del ritual masónico a través del Temple.

Los masones medievales

Por muy atrayentes que resulten estas leyendas sobre el origen de la masonería, no existe documentación alguna que acredite un origen anterior a los gremios de constructores medievales, que forman la llamada masonería operativa. Los maestros canteros (maçon en francés, mason en inglés) contaban con logias de oficio, donde sus miembros se agrupaban en aprendices y compañeros. Viajaban juntos levantando edificios y mantenían el secreto de sus técnicas constructivas como garantía de conservación de su arte y sus puestos de trabajo. Era una for-ma de evitar el intrusismo, pero también de buscar la excelencia en su labor, pues no en vano se conoció la masonería como el Arte Real. A lo largo de los siglos, albañiles y canteros alimentaron sus logias con toda una suerte de historias sobre el origen legendario de su oficio, cuyo carácter sagrado se plasmaba en sus obras cumbre: las magníficas catedrales góticas.

Para transmitir sus conocimientos, los masones medievales crearon elaborados rituales de iniciación, que incluían palabras secretas y gestos o toques de reconocimiento mutuo, y en los que se empleaban las herramientas y el vocabulario del oficio de albañil o de cantero como elementos simbólicos y litúrgicos. La organización y el funcionamiento de estas asociaciones estaban estrictamente regulados en las denominadas constituciones o estatutos, como la Antigua Constitución de York del año 926 0 los estatutos de los canteros de Bolonia, de 1248.

La nueva masonería

Durante el siglo XVII, muchos intelectuales nobles y burgueses se vieron atraídos por los rituales pintorescos, casi místicos, de las reuniones de las logias de los masones operativos. Algunos fueron invitados a formar parte de las logias como masones aceptados, con lo que, aun sin ser parte del oficio, podían participar en los rituales y reuniones, y ser iniciados en los secretos de la logia de forma simbólica. Para algunos historiadores de la masonería, estos masones aceptados, o masones simbólicos, en su mayoría intelectuales y científicos, serían el germen de las futuras.

La masonería llega a España

Los datos existentes atestiguan que la masonería especulativa fue introducida en España en el primer tercio del siglo XVIII. Fue España la primera nación de la Europa continental que solicitó constituir una logia regular bajo la soberanía de la Gran Logia de Inglaterra. Corría el año 1728 cuando se creó esa primera logia en Madrid, en un hotelito de la calle Ancha de San Bernardo. Fue llamada La Matritense, French Arms o Tres Flores de Lys. Sus miembros eran todos militares extranjeros. Por lo general, las escasas logias que durante la Ilustración tuvieron cierta presencia en la península vivieron una existencia fugaz, y en todos los casos estuvieron formadas por extranjeros. La razón de la nula presencia de españoles en estas logias radica en la prohibición que pesaba sobre las actividades masónicas: una desautorización que mantuvieron Felipe V, Fernando VI y Carlos III.

Todos ellos expidieron edictos en contra de las sociedades secretas, aplicando la bula del papa Clemente XII, que condenaba a la excomunión a los liberi muratori, o francmasones. Desde el siglo XVIII hasta el XX se sucedieron no menos de 500 edictos eclesiásticos antimasónicos. El Santo Oficio intervino en España a finales del XVIII, abriendo proceso a varios individuos a quienes sus vecinos delataron por comportamientos sospechosos. Solo unos pocos de los denunciados habían mostrado interés por la masonería, y los que lo habían hecho se aproximaron a ella más por ignorancia que por verdadero conocimiento de los fines que perseguía.

El despertar

Habrá que esperar a la invasión napoleónica para que la masonería despegue en nuestro país, y será el ejército invasor el que siembre de logias la geografía ibérica. En realidad, por un lado estaban las logias de afrancesados, es decir, de opositores al régimen absolutista borbónico, que se sentían identificados con los planes revolucionarios importados de Francia. Todos estos talleres constituyeron una incipiente y primeriza Gran Logia Nacional de España.

En paralelo a esta masonería autóctona, pero de innegable influjo francés, se encontraba un cúmulo de logias bonapartistas y que dependían orgánicamente del Gran Oriente de Francia. El cargo de gran maestre de esta obediencia lo ostentaba el hermano de Napoleón, el rey José Bonaparte. La importancia de esta masonería bipolar estriba en que, por vez primera en la historia española, la orden del gran arquitecto del universo disfrutará de plena libertad.

Perseguidos

El regreso de Fernando VII dio al traste con todo lo realizado por la masonería española. Sus miembros fueron ejecutados, encarcelados o condenados al exilio. La represión cesó durante el Trienio Liberal. Tras el pronunciamiento de Riego, los masones recobraron de nuevo la libertad. El rey Fernando juró con mala gana la Constitución liberal de 1812, y durante casi tres años los masones ocuparon incluso cargos gubernativos. Pero el panorama de la orden en la época era poco edificante, como describe Benito Pérez Galdós en su novela El Grande Oriente. Al comparar la masonería española con la foránea, el resultado es demoledor: «Los masones de todos los países existen tan solo para fines filantrópicos, independientes en absoluto de toda intención y propaganda políticas». En España, en cambio, la institución era «una poderosa cuadrilla política que iba derecha a su objetivo […]: proporcionar destinos, levantar y hundir adeptos».

La revolución liberal fue derrotada por el absolutismo. De nuevo la represión se cebó en las logias. Todo aquel que ejerciera empleo público estaba obligado a jurar su no pertenencia a sociedad secreta alguna.

Años dorados

Muerto el monarca, el gobierno de su esposa y regente María Cristina cesó la represión. Los masones pudieron incorporarse a la administración y desarrollar sus trabajos con libertad relativa.

En 1868 estalló la Gloriosa, revolución que derribó la monarquía borbónica y envió al exilio a Isabel II. Se iniciaba el llamado Sexenio Revolucionario. Fueron años dorados para las logias. Hombres de estado como Castelar, Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Estanislao Figueras o Sagasta ostentaban altos grados en la masonería. El liberalismo y el republicanismo coincidieron en muchos de sus fines con los principios masónicos. El lema «Libertad, Igualdad, Fraternidad» era común a todos ellos.

Sin embargo, esta racha de bonanza tuvo su contrapartida en el ansia desmedida de protagonismo de ciertos líderes, la desunión entre las obediencias y la falta de coherencia ética de algunos de sus miembros. Dos de estas obediencias lograron rebasar la frontera entre siglos. Gracias al carisma y las dotes organizativas del catedrático de Historia Miguel Morayta, el Gran Oriente Español se convirtió en pocos años en la obediencia mayoritaria. También la Gran Logia Simbólica catalano-balear salió indemne de la crisis y amplió su radio de influencia a toda la nación, hasta que en 1921 se transformó en la Gran Logia de España.

La llegada de la Segunda República fue interpretada por los masones españoles como la ocasión por excelencia para hacer efectiva su triple consigna de libertad, igualdad y fraternidad. Diecisiete ministros de la república eran masones.

¿COMO SER MASÓN?